Siendo este un espacio para compartir temas relacionados con el bienestar en todos los aspectos, en esta ocasión mi buen amigo y gran economista David Castells escribe sobre la cuestionable relación entre la riqueza y la felicidad.
¿Y a ti qué te da felicidad? ¿qué lugar ocupa el dinero en tu vida?
¿Tener o ser? ¿Qué es lo que realmente nos hace felices?
Los economistas llevamos ya siglos buscando las claves de la prosperidad y reflexionamos sin cesar para explicar la riqueza de unos y la pobreza de otros. Aunque nos queda mucho por entender, a día de hoy sabemos mejor los determinantes del crecimiento económico de los países (sus recursos naturales, su capacidad de ahorro e inversión, tanto en capital físico como humano -salud y educación-, su capacidad de innovación, unas instituciones fuertes, una política económica apropiada, etc.). Crecimiento económico que, a largo plazo, permite que podamos acceder a niveles cada vez mayores de riqueza. Y es que riqueza material y bienestar personal están muy relacionados; nuestra riqueza nos permite satisfacer nuestras necesidades básicas y acceder a bienes y servicios que de otra forma no podríamos disfrutar.
Sin embargo, sabemos que la riqueza material no lo es todo. El bienestar de las personas depende de muchas cosas más. Nuestra felicidad no solo se basa en lo que tenemos, también en lo que hacemos y en lo que somos. De hecho, cuando nos detenemos a estudiar datos sobre riqueza material y felicidad solemos encontrar dos patrones dignos de análisis. En primer lugar, vemos que aunque la felicidad crece a medida que crece nuestra riqueza, la capacidad de esta última disminuye drásticamente cuando ya hemos acumulado riqueza suficiente (rendimientos marginales de la riqueza material). Es decir, la riqueza nos hace felices cuando nos permite satisfacer necesidades básicas y mejorar nuestras condiciones de vida, pero una vez esto esta conseguido mayor riqueza no nos hace especialmente más felices. En segundo lugar, el análisis de datos suele reflejar que, a pesar del patrón anteriormente descrito, para niveles similares de riqueza, diversos individuos muestran niveles de felicidad muy dispares. O dicho de otra forma, un mismo nivel de felicidad parece poder ser alcanzado con mayor o menor riqueza material.
La “economía de la felicidad” se centra hoy en día en estudiar que nos hace felices y en intentar explicar porque estas disparidades entre individuos de riqueza similar. Lo que los estudios demuestran es un poder explicativo muy alto de nuestros niveles de felicidad de factores que no necesariamente tienen porque estar asociados con nuestras capacidades económicas. Gozar de buena salud y poder practicar deporte incrementa nuestro bienestar. Pasar tiempo con nuestros amigos y nuestra familia nos hace felices. Amar nos da más alegría que comprar. Tener contacto con la naturaleza nos puede alegrar más que gastar. De igual forma, estudiar y hacer en la vida lo que nos gusta y nos llena determina significativamente nuestra felicidad. En definitiva, lo que la economía de la felicidad nos dice es que ser y hacer, más que tener, es lo que realmente le da sentido a nuestra vida.
Así, la lección de la economía de la felicidad aplica tanto para nuestros países como para nosotros como individuos; aunque poder disponer de recursos económicos es importante, no debemos obsesionarnos con la riqueza material. Otros aspectos de la vida, muchos de ellos “gratis”, son igualmente o más importantes que el crecimiento económico. Esforzarnos por potenciar las capacidades para gozar de la vida siendo y haciendo lo que nos gusta, con las personas que queremos, puede ser mejor estrategia para ser felices que acumular dinero. Tanto nosotros mismos como nuestros dirigentes deberíamos entenderlo y cambiar nuestro sistema económico hacía uno en que la prioridad de nuestra acción individual y colectiva sea el bienestar personal y social y no la mera acumulación material.
David Castells Quintana
Economista